
Monje inglés, apellidado el doctor admirable y uno de los sabios más ilustres de todos los tiempos. Nació en Ilchester, en la prov. de Semerset, en Inglaterra, en 1214; murió en Oxford en 1294. Estudio en Oxford y después en la Universidad de París, en la que recibió el grado de doctor en Teología. A su regreso a Inglaterra (1240), vistió el hábito franciscano y fijó su residencia en Oxford. Se dedicó con el mismo afán al estudio profundo de las lenguas, a la aplicación de las matemáticas y a la ciencia experimental (scientia experimentalis), a la que consagró un capítulo de su Opus majus. Llenan su juventud las tareas del erudito, su vida toda las tareas del hombre de ciencia, y todos los ramos del humano saber sintieron la poderosa influencia de su genio. Aprendió los idiomas latino, hebreo, griego y árabe; demostró en su Opus majus la necesidad de reformar la gramática y el conocimiento de las lenguas a fin de dar un fundamento a la teología; consideró a las matemáticas como un instrumento para penetrar en los dominios de las otras ciencias; afirmó que el cálculo era como la primera de las ciencias, la que a todas precede y nos prepara para comprenderlas todas, y realizó, al parecer en el tercer período de su vida, experimentos de física y química.
En filosofía, fue el padre del método experimental y el precursor de su compatriota y homónimo Francis Bacon. Veía en la autoridad (magister dixit) la fuente de la ignorancia. «En vez de estudiar la naturaleza, decía, se pierden 20 años en leer los razonamientos de un antiguo.» Y agrega: «Si pudiese disponer de los libros de Aristóteles, los haría quemar todos; porque este estudio hace perder el tiempo, engendra el error y propaga la ignorancia.» Y no se crea por esto que desconocía el genio de Aristóteles; pero protestaba contra los que creían ver en los escritos del filósofo griego la última palabra de la ciencia. Enemigo de las abstracciones, sutilezas y disputas de la filosofía escolástica, Bacon despreciaba a los tomistas de la Edad Media. No permaneció indiferente a los problemas de la metafísica de su tiempo, antes bien trató con cierta originalidad los de la materia y la forma y algún otro; pero tendió a darles una solución nominalista y como si dijéramos antimetafísica. Monje ortodoxo, sabio libre del yugo de Aristóteles, reduce toda su filosofía a leer bien y comprender mejor estos dos libros: la Escritura y la Naturaleza. Entre la teología, llamada a resolver las causas primeras, y la ciencia experimental, por la que sólo podemos descubrir las causas segundas, no queda espacio, en opinión del sabio inglés, para el mundo fantástico de la escolástica.
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